André Ward se despide de los cuadriláteros

Y un día, el “hijo de Dios” decidió poner fin a su carrera…

Nació en San Francisco, una de las ciudades más bellas del mundo, allí donde California abre una de sus ventanas más hermosas al Océano Pacífico. La bahía de San Francisco, alimentada por los ríos Sacramento y san Joaquín, con aguas que bajan desde las montañas de Sierra Nevada, es protagonista y testigo de miles y miles de historias, que se vieron reflejadas en el arte, en el cine, en el deporte…

Allí nació Andre Ward. Fue un 23 de febrero de 1984, cuando el invierno empieza a doblar el codo para darle lugar a temperaturas más benignas. El país era gobernado por Ronald Reagan y la guerra fría estaba en uno de sus puntos máximos. El joven André hizo una vida parecida a la de millones de chicos de Estados Unidos: escuela y fútbol americano. El boxeo llegaría después.

Tuvo una infancia dura, complicada. Hijo de madre de color sudafricana y un padre blanco, su primera lección que tuvo que aprender fue la mezcla de su identidad, y lo complejo que eso era.

“Los blancos me consideraban negro –dijo en un documental de HBO- mientras que para la gente negra yo no era como ellos de modo total, no era negro de manera suficiente”.

Fue su padre, Frank, un pugilista amateur quien lo inició en la actividad cuando era pequeño.

En la preadolescencia ingresó en un gimnasio en Oakland y ya no se iría nunca más de ahí. Empezó a moldear su carrera. A los 9 años ingresó a un gimnasio y su mundo cambió para siempre: “Fue un amor a primera vista; vi el ring y me dije a mí mismo: esto es lo que quiero hacer!”.

La vida no era sencilla. Recordaba a su padre regresar del trabajo muy cansado, encerrarse en su cuarto y al cabo de un rato salir. Pero ya era otra persona. Diferente. Como si un efecto causara cambios en su conducta…

Conoció a Virgil Hunter, su coach a partir de ese momento y hasta ahora. Allí comenzó sus entrenamientos, a los 17 comenzaba a definir su perfil, y a los 20 años ganó la medalla dorada de los semipesados en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.

El fallecimiento de su padre, Frank, lo llevó a aferrarse más al gimnasio y a Hunter, que ya no sólo fue entrenador, sino que a partir de ese entonces, se convirtió en tutor y consejero.

Su debut profesional llegó el 18 de diciembre de ese año 2004 y venció por KOT 2 a Chris Molina, en el mítico Stapless Center de Los Angeles. Y sería el primer paso de una fructífera carrera, que se vio interrumpida casi por tres años, ya que un conflicto con su ex promotor, Dan Goosen lo llevó a una larga inactividad: entre septiembre de 2012 y junio de  2015 realizó apenas un combate.

Antes, hilvanó triunfos en cadena hasta llegar a la noche del 20 de junio de 2008 ante Jerson Ravelo para ganar el título semi pesado de la OMB.

En septiembre de 2014 falleció su ex promotor  y un tiempo después llegó a un acuerdo con los familiares, que manejaban la empresa Goosen Promotions. Era el momento de empezar a recuperar su carrera y su libertad.

“Maduré mucho en ese tiempo. No fue divertido. Aprendí a valorar lo que hago porque se siente un tremendo vacío cuando no puedes hacer lo que sabes para ganarte la vida y lo que te gusta hacer”.

Fueron 19 meses de inactividad, y en ese lapso se deterioró su carrera deportiva. Estuvo mucho más ocupado en los trámites legales que en su entrenamiento físico y sus días pasaron más cerca de oficinas y tribunales que en los gimnasios.

En ese tren de la recuperación, siguió con su costumbre: Sólo conoció victorias. En una trayectoria impactante, extraordinaria, incomparable, con el triunfo ante Sergei Kovalev, añadió un eslabón más de una cadena invicta que ya lleva 23 años: comenzó cuando tenía 14 y pesaba apenas 60 kilos.

Y aunque su carrera se desarrolló en los supermedianos, el salto a los semipesados lo condujo al combate del año: ese enfrentamiento con Sergei Kovalev fue largo, duro y esperado. Se habló mucho en la previa, y Ward afirmó antes del combate que “Tendré que cuidarme, mantener la distancia y trabajar durante cada asalto. Mi trabajo será mantener la guardia arriba y estar muy concentrado.” Tras los años de conflicto, el californiano afirmó que llegaba al desafío en el mejor momento de su carrera.

El 19 de noviembre de 2016 empezó a dar sus pasos definitivos hacia la galería de los más grandes, de los mejores (aunque él se considera el mejor), libra por libra. Fue la primera de sus dos victoria ante Sergei Kovalev, quien no había quedado conforme con el primer fallo: “El público vio lo que sucedió en el ring. El (Ward) era local y los jueces son localistas…” También la crítica especializada fue dura en su análisis: se destacaron los amarres, los cabezazos, bloqueos con los codos y otras acciones poco claras. El combate tuvo mucho de pelea callejera y Kovalev, que había logrado derribarlo y tuvo el control del match en su inicio, luego también se vio enredado en esa situación. Y la segunda parte Ward la trabajó con todos sus recursos. Está claro que fue una pelea estrecha, tal vez difícil de puntuar, amén que quedó la sensación que los rounds que ganó el ruso parecieron más claros, más amplios, mientras que los que ganó Ward, desde el sexto en adelante, lucieron por un estrecho margen.

Se caía de maduro que habría un segundo encuentro. Y las apuestas parecían favorecer al ruso. Parecía que esta vez, sí. Ganaría. Y no dejaría dudas.

Nada de eso sucedió. Otra vez el californiano sorprendió al mundo. En el Mandalay Bay, Las Vegas, Nevada, el último 17 de junio, Ward volvió a derrotar a Kovalev. A pesar de la queja por los golpes bajos, materia discutible, pues estuvieron sobre el cinturón, el equipo de Kovalev no debería desconocer que el octavo round comenzó con una tremenda derecha de Ward que impactó en el rostro del ruso, lo llevó a retroceder y comenzó el calvario del round definitivo. Cuando Kovalev se recostó sobre las cuerdas, su imagen era confusa. Podría interpretarse que sintió un golpe bajo, pero el árbitro Tony Weeks entendió que no estaba en condiciones de seguir y detuvo el combate.

Otra vez, la esquina del derrotado alzó la voz para quejarse y encendió la polémica.

Pero nada de todo esto parece perturbar a Ward. Sabe que es criticado, que le subrayan su estilo defensivo, que lo comparan con Mayweather para decir que sin atacar pueden dominar una pelea (y ganar), que siempre está a la espera del error del oponente para meter un contragolpe, que ofrece poco…Nada le afectó. Hizo pocos combates, sólo 6 peleas desde 2011, pero pudo rearmarse. Y se mantuvo invicto. Aún en las dos peleas más exigentes de su carrera, que algunos todavía discuten,  salió adelante.

André Ward ganó la primera pelea ante Kovalev porque tuvo la inteligencia para obtenerla, esquivar golpes y lanzar su mano izquierda para dominar. Supo pensar el combate. Y llevárselo.

“Si tres jueces me vieron ganar, quiere decir que gané el combate. 100 por ciento lo gané”, aseguró tras el primer encuentro.

Y tras la segunda cita, afirmó: “Si hablamos de golpes bajos, vamos a hablar de golpes de conejo. No podemos hablar de uno sin el otro. Y creo que fue intencional de su parte, porque él  no sabe cómo pelear adentro. Yo no quise pegarle abajo. Las cosas pasan. No estaba yo en problemas ni necesitaba cometer algo ilegal; él intentó venderle eso a Tony Weeks. Cuando gané por puntos dijeron que fue aburrido y ahora ganó por K.O.T. y dicen que hay controversia…”

Ahora es tiempo de mirar al futuro y disfrutar el presente. Cerró su campaña en su mejor memonto y con una carta dirigida a todos los relacionados con el mundo del boxeo.

“Al deporte del boxeo: te amo”, escribió Ward. “Has estado a mi lado desde los 10 años, me has enseñado muchísimo, me hiciste humilde y me promoviste. He sacrificado mucho por ti pero me diste mucho más de lo que pensé posible”.

“Desde el fondo de mi corazón, gracias a todos los que se relacionaron con mi carrera. Ellos saben quiénes son. No pude haber hecho esto sin ustedes”, agregó el boxeador. “Y quiero aclarar algo, me voy porque mi cuerpo no está dispuesto a soportar los rigores de este deporte y mi deseo de pelear ya no está ahí. Y si no puedo darle a mi familia, mi equipo y mis fans todo lo que tengo, entonces no puedo permanecer más peleando”, apuntó.

Se refugia en su familia y en su actividad social. Casado con Tiffinney, padre de tres varones y una niña, André Ward es muy religioso y visita a menudo las iglesias. Intenta llevar un mensaje de paz y de recuperación a la gente; también se contacta con cárceles, reformatorios e institutos juveniles, consciente de los peligros y los males que traen las drogas, que lo han hecho sufrir en su hogar y en su comunidad de pequeño. De ahí el apodo S.O.G., Son Of God (Hijo de Dios) que lo acompaña como su propio nombre.

 

Hernán O’Donnell