Sebastián Torrico, el ídolo para la eternidad

Ni Sebastián Torrico ni los miles o millones de admiradores que tiene en el corazón de los hinchas de San Lorenzo, jamás hubieran imaginado la película que fue. Jamás hubieran pensado que una relación que, en principio, iba a ser por ¡dos meses!, se iba a convertir en una de las más largas y profundas carreras de un futbolista en el club y en una de las idolatrías más importantes de los últimos años y de la historia toda.

El “Cóndor” arribó a San Lorenzo más por una necesidad imperiosa que por un deseo del club; llegó por una urgencia que requería un auxilio inmediato. No fue el fruto de un seguimiento especial o el pedido de un DT de contar con sus servicios. No; Torrico llegó por la emergencia que surgió tras la situación personal del entonces arquero titular Pablo Migliore y la necesidad de encontrar rápido un reemplazante. Eran los días de abril de 2013, el equipo había escapado de la zona de fuego de la Promoción de la última temporada y empezaba a rearmarse para recuperar el sitio de grandeza que le corresponde en el fútbol argentino.

En eso estaba cuando apareció él. Se presentó casi en silencio, en un partido de la Copa Argentina en la cancha de Platense ante Deportivo Morón. Fue una noche mágica y premonitoria. Tras el empate en el tiempo regular de juego, Torrico contuvo dos penales en la serie de definición, que fue cambiante y angustiante, pero sus manos permitieron la clasificación del Ciclón. Y en unos minutos, se inició el romance con el público azulgrana.

Después, se empezó a construir la leyenda. El título de Campeón del Apertura 2013, con la atajada salvadora ante el disparo a quemarropa de Allione cuando se jugaba el minuto 89, para salvar el empate en Liniers y ayudar a lograr el campeonato. La visita al Papa, el guante de oro que quedó en el vaticano, la idolatría que empezaba a forjarse y el enorme desafío de arrancar, ahora con un nuevo DT, Edgardo Bauza, tras la partida de Juan Antonio Pizzi. Y el sueño de la Copa Libertadores por delante…

El resto es historia conocida. Las manos salvadoras de cada partido, el debut difícil ante Botafogo, la recuperación sinuosa en la zona de grupos, la clasificación angustiosa la noche en que Unión Española e Independiente del Valle marcaban goles y alteraban las posiciones a cada segundo, el partido consgaratorio en Porto Alegre y los penales atajados frente a Gremio para avanzar a los cuartos de final; la gran noche de Belo Horizonte para dejara afuera a Cruzeiro, las semifinales ante Bolívar y “la Paz” que trajo el 5 a 0 de local, la primera final en Asunción y la gloria frente Nacional en un Nuevo Gasómetro desbordante de público, euforia y locura.

En todo ese camino estuvo Sebastián. Callado, humilde, solidario y trabajador. Siempre dispuesto a aportar su grano de arena, su cuota en el equipo.

Le tocó salir, sentarse en el banco de los suplentes y volver a atajar. Nunca se quejó, jamás protestó, ni puso mala cara. Siempre le metió para adelante. Sumó hazañas casi en modo permanente. El penal a Chiqui Pérez cuando el clásico con Boca agonizaba y el empate estaba en esa jugada listo para que el rival lo pudiera alcanzar y sus manos lo evitaron para que San Lorenzo venciera una vez más en el Clásico; o el penal a Banfield en el último segundo para salvar la clasificación en la Copa Sudamericana. O la atajada milagrosa ante Huracán, cuando la pelota parecía adentro, y también sirvió para ganar otro clásico. Son tantas y tantas, que se hace difícil recordar.

Ayer escribió un capítulo más de la novela que lleva en el club. Una nueva página del romance que tiene con San Lorenzo. El equipo venció a Patronato de Paranán, Entre Ríos por 2 a 0, con goles de Adolfo Gaich, pero la figura excluyente fue él. Porque salvó varias pelotas de gol, porque se mostró seguro, porque cerró el arco cuando el equipo era dominado, porque evitó con las manos, con el pecho y con los pies la caída de la valla. Y reafirmó una vez más el enorme cariño que la hinchada del club de Boedo siente por él, un héroe en su historia, que llegó en silencio una noche de Copa Argentina, con un pacto de relación por dos meses y construyó una relación inquebrantable, sólida, para la eternidad.


Hernán O’Donnell