Cuando el mundo descubrió el talento de Cassius Clay

En el verano boreal de 1960, el mundo entraba en una década que iba a estar llena de significados, cambios y sacudones. La política, el arte, la música, la sociedad toda se iba a recomponer, a revolucionar. Iban a ser 10 años de muchas modificaciones y el tiempo los ubicaría en un lugar muy especial; hasta las guerras tendrían un significado distinto: Vietnam fue la época donde la expresión pacifista se volvió multitudinaria.

Pero no todo era imaginable al comienzo de esa década. En 1960 todavía no había comenzado lo mejor, y los Juegos Olímpicos de Roma iban a traer algunas de las novedades que perdurarían en el tiempo y se volverían íconos de toda una época. Faltaba un tiempo aún para la explosión de The Beatles, The Rolling Stones, el movimiento hippie, el pacifismo, el festival de Woodstock , el “Mayo Francés” y la llegada del hombre a la Luna. Todo iba a suceder en esos años, pero aún faltaba y el comienzo nos trajo la presentación de un joven llamado Cassius Clay, que años más tarde se rebautizaría como Muhammad Alí.

Había nacido el 17 de Enero de 1942. Tenía 12 años cuando sucedió el hecho que marcaría su vida y está detallado en cada una de sus biografías. Aquella tarde que fue al Columbia Auditorium, donde se desarrollaba la convención anual de la Luisville Service Center, una feria de ventas organizada por los comerciantes de color., y al salir no pudo encontrar su bicicleta. Su llanto inicial le dio paso a una gran furia, y así se dirigió a un policía que estaba en el sótano del edificio, donde había un gimnasio. El joven Cassius le habló del robo sufrido y sus deseos de hacer justicia por sus manos. Entonces el agente Joe Martin, le respondió con una pregunta: “Está muy bien, pero…sabes pelear?”. A los pocos días comenzó su entrenamiento en el gimnasio de Martin y la leyenda empezaría a dar sus primeros pasos. Primero le costó; en poco tiempo, comenzó a moldear al pugilista que cautivaría al mundo con un estilo novedoso para un peso pesado.

Se había inspirado en Ray Sugar Robinson, y creía que un hombre podía hacer todos los movimientos de robinson aún en una categoría mayor, entre los pesados. Sería toda una revolución.

Viajó a Roma tras vencer a su primer gran rival: el miedo a viajar en avión. Una vez superado el primer en escollo, ya en Italia empezó a sentirse cómodo. Estaba en plena etapa de crecimiento, había cumplido 18 años y como no había alcanzado la clasificación en los pesados, probó en la categoría inferior. En mayo de 1960 venció a Alan Hudson y se clasificó para combatir en la categoría semipesado. Y su actuación sería impecable, aunque los viejos cronistas de entonces no valoraron ni advirtieron los cambios que prometía el joven Clay. Les pareció interesante, sí, pero pasivo, sin la explosión ni el ataque salvaje de pesados como Rocky Marciano o Joe Louis.

Su debut fue contra el belga Yvon Becot; lucía el número 272 en su musculosa, y mostró enseguida agilidad y destreza. Tuvo una muy buena actuación y ganó por KOT 2.

En la segunda presentación derrotó al soviético Gennady Shatkov, que había ganado de la medalla de oro de los semipesados en los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956.

Ganó muy bien la semifinal ante el australiano  Tony Mardigan.

Y el Jueves 18 de Agosto de 1960, el joven que había llorado cuando sufrió el robo de la bicicleta se subió a lo más alto de un peldaño olímpico. La final fue ante el polaco Zbigniew Pietrzsikowsky, y si bien tuvo un primer asalto deslucido, en el resto de los rounds lució veloz, movedizo, indescifrable. El polaco lo persiguió por todo el cuadrilátero sin poder alcanzarlo, hasta caer en el agotamiento.

Alzó la medalla de oro y de su cuello casi ya no salió en los días que se quedó en Roma. Recuerdan haberlo visto con ella erguido y orguollos en el comedor de la Villa Olímpica, en sus calles, en el edificio donde vivía la delegación de Estados Unidos. Alguna vez confesó que hasta había aprendido a dormir boca arriba para no lastimarse con ella, pero sobre todo, para no dañarla, mientras su amado trofeo lucía en su cuerpo. Estaba fascinado con su presea dorada .

De regreso a norteamérica, estuvo un par de días en New York, donde celebró en una cena en el restaurante de Jack Dempsey, tomó una copa en “birdland” y compró regalos para su madre, su padre y su hermano en”Tiffany’s”. La gente lo reconocía por la callé y él estaba embelesado. Luego viajó a Louisville, donde fue recibido como un héroe. En el aeropuerto de Standiford Field el propio alcalde de la ciudad y cientos de fanáticos lo esperaron en la mismísima pista. Luego le sucedieron días de celebraciones continuas, mientras Clay aumentaba en su exposición y verborragia. El mito empezaba a crecer. Más tarde se escribió sobre la leyenda de su medalla arrojada al río, que si bien apareció en una autobiografía de Alí, años más tarde fue desmentida por él mismo con un “no recuerdo que he hecho con la medalla”, y muchas leyendas tejidas alrededor de ella.

Lo cierto es que el mundo había conocido, hace ya casi 60 años, a un boxeador que innovaría la categoría con un estilo desenfadado y alertaría al mundo con su palabra y acción. El hombre que unos años más tarde ya sería, quizás, el más conocido en la tierra. La leyenda que le ganó al deportista. Esa historia empezaba a nacer en el verano boreal de 1960, cuando el mundo comenzaba un década de cambios, sorpresas y transformaciones.


Hernán O’Donnell