Floyd Mayweather, último round

Dejó caerse de modo leve en el centro del ring y sintió el grosor de la lona que rozaba sus rodillas. Escuchó aplausos, gritos, ruidos ensordecedores. Elevó los ojos al cielo, abrió sus brazos y se mantuvo un instante así, de rodillas y con una plegaria en los labios. Las luces lo envolvían y sentía que era el momento de decir adiós, de dejar caer el telón y repasar, si se podía, en pocos instantes una carrera que superaba todas sus expectativas y se inscribía entre las mejores de la historia.

Mayweather IV

Floyd Mayweather había alcanzado su éxito número 49 en fila, derrotaba a Andre Berto y cerraba una carrera espectacular, llena de gloria, de combates inolvidables, armada con rivales de fuste y renombre que, todos, cayeron a sus pies. Discutido, “Money” trazó algunos números en 17 años que lo distinguen y arrebatan los argumentos de quienes pretenden disminuir su capacidad. 5 coronas del mundo. Invicto. Rivales de distintos estilos, de buenas campañas, grandes campeones: Les ganó a todos. Nombres que sucumbieron, como Diego Corrales, Demarcus Corley, Arturo Gatti, Zab Judah, Oscar de la Hoya, Ricky Hatton, Juan Manuel Márquez, Víctor Ortíz, Shane Mosley, Robert Guerrero, El “Canelo” Alvarez, Manny Pacquiao…Lo intenatron varios argentinos: Gustavo Cuello, Carlos Ríos, Carlos “El Tata” Baldomir, y por supuesto, Marcos “El Chino” Maidana. Quizás Maidana le haya hecho (en la primera pelea) uno de los mejores combates; tal vez Ortíz lo tuvo sentido, aunque se desconcentró y dilapidó su chance. El portorriqueño Cotto le hizo un gran combate.

Mayweather vs Maidana

Pero nadie pudo con él. Ahí está la lista de nombres. Ahí están todos. No falta nadie. O casi, por que tal vez Sergio Martínez pudo haber tenido una oportunidad. Quedará su nombre para la polémica: ¿Que hubiera sucedido en un encuentro entre Floyd y Maravilla?, será la pregunta eterna en las discusiones de café, oficinas y colegios.

Están los rivales mencionados. los que si tuvieron su posibilidad. Y no hubo caso. Excepto el momento que Ortíz desaprovechó en una situación donde golpeó con la cabeza, y mostró que la había perdido en un combate que se proyectaba favorable, y después perdió tiempo en disculpas innecesarias hasta verse sorprendido por la rápida reacción de “Money”; tal vez el buen combate que le planteó Cotto, o esos primeros rounds ( el primero, tercero, cuarto y quinto) del “Chino” Maidana en su primer enfrentamiento, donde fue un vendaval de ataque y lanzamientos de golpes sin descanso, fuera de esos recuerdos, la imagen de Mayweather ha sido una constante. Un hombre rápido, de piernas ágiles y desplazamientos laterales constantes, rotación de cintura, excelente defensa y buenos golpes, hizo de cada pelea una película previsible. Dominio constante, desgaste del adversario y prolija suma de puntos en cada round. Así, desnudó a Saúl Alvarez, a De La Hoya, a Pacquiao.

“Mi carrera ha terminado. Es oficial”, dijo en la noche de Las Vegas. Sentía que todo había concluído. Que el chico nacido en Michigan, hijo de un boxeador, de familia ligada a este deporte, había hecho su trabajo. Que conquistó los títulos superpluma, ligero, superligero, welter y superwelter. Que nadie había podido con él. Que ganó todo el dinero que quiso. Que armó una carrera bien pensada y trabajada, con esfuerzo, mucho talento y también estrategia deportiva para elegir a cada rival en el momento exacto. Que el cuerpo está bien, pero ya no quiere recibir más golpes.

Mayweather II

La última función había pasado. Berto ya era un nombre más en la lista. El dominio de los primeros rounds, los golpes precisos, los esquives anunciados, también algún amarre y por supuesto los clásicos movimientos laterales; luego, el baile de los últimos asaltos; los insultos cruzados con el rival, los gestos de Berto, mezcla de indignación e impotencia; alguna provocación final. Todo había quedado atrás.

Había sonado la última campana y Floyd se dejó caer. Ni siquiera saludó a su oponente. Sintió el roce de las rodillas en la lona y elevó los ojos al cielo. No escuchaba ovaciones, ni silbidos ni reproches. Sólo una mirada al cielo. Y la larga película de 49 capítulos invictos. Sintió que el trabajo estaba hecho. Que el hombre arrogante, el boxeador indescifrable, el fanfarrón del dinero, habían terminado su carrera. Ahora era un hombre agradecido, que se arrodillaba en Las Vegas, casi el patio de su casa, para cerrar la puerta, despedir al boxeador, y, tal vez, empezar una vida nueva.

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Hernán O’Donnell