Uruguay acertó la última bola de la tarde

Se preveía un partido de ajedrez atlético. Esto es, movimientos estudiados, cuidadosos, cautelosos. Dos equipos serios, uno lleno de historia, el otro novel en esto de los Mundiales. Pero con una actualidad parecida, semejante. Dos estilos similares. El “Maestro” Tabárez y Héctor Cuper pensaron un partido táctico, con mucho cuidado en cada movimiento y avances elaborados a pie seguro. Sin despilfarrar ni una jugada. En ese contexto, se esperaba, algo más de Uruguay. Aunque sea por historia.

Pero se vio muy poco. Por lo menos en lo que hace a emociones y sobresaltos. La celeste estudió a su adversario durante 20 minutos. Recién cuando identificó todos sus movimientos, se decidió a salir un poquito. Así contó con la situación más clara del primer tiempo, que Luis Suárez no pudo aprovechar.

Y se fue cerrado en 0 esa primera parte.

El segundo tiempo comenzó con la misma tónica. Cautela y avances seguros. Uruguay se soltó más y encontró a un Cavani más incisivo, con los ingresos de Carlos Sánchez y “Cebolla” Rodríguez, que le de dieron más presencia a las bandas. Egipto se sostenía en el orden táctico y la solidez de su arquero, además de la gran labor del lateral izquierdo Abdelshafy.

Suárez tuvo una clarísima, pero el arquero Elshenawy supo esperarlo, atorarlo y arrebatarle la pelota. Era un aviso claro, tal como la jugada de la primera etapa.

Y sumó más volumen de juego, Uruguay. Empujó y empujó, frente a un equipo que supo armarse en defensa pero le faltó profundidad y pimienta en el contraataque.

Parecía que la tarde de Ekaterimburgo se cerraba con el marcador en blanco. Más cuando se acercaba el final y Cavani estrelló un tiro libre en el poste izquierdo de Elshenawy. Ahí, todos pensaron que no había mucho más para hacer ni esperar.

Hasta que llegó la última bola de la tarde. Minuto 89, tiro libre de Carlos Sánchez desde la derecha del ataque y el cabezazo limpio, potente y bien direccionado de Giménez se metió en el ángulo izquierdo del arquero egipcio. 1 a 0 y explosión celeste.

Comenzó como un partido de ajedrez, terminó con la explosión y la algarabía celeste. Porque los peones se sacrificaron, los alfiles que entraron por las bandas le dieron profundidad y una de las torres de la defensa supo acertar la última bola de la tarde.

 

Hernán O’Donnell