El fin de una pesadilla

Muchos, en ese juego de palabras que siempre buscamos los periodistas, volaron del sueño a la pesadilla. Hicieron hincapié en que el Mundial se vivía como una gran ilusión, un sueño, definitiva, y la derrota con Francia lo transformó en una pesadilla.

Creemos que esto no fue así. Que en verdad los últimos pasos, los últimos años y sobre todo los últimos meses y días de la selección argentina fueron una verdadera pesadilla y la derrota ante Francia puso fin a ese mal sueño que parecía no tener fin. Como esas pesadas noches que uno no logra despertar y cuando lo hace piensa “menos mal que fue sólo una pesadilla…” Así fue el camino de la Argentina en los últimos tiempos.

Una  dirigencia muy dividida, que nunca pudo reacomodarse tras el fallecimiento de Julio Grondona (ocurrido hace ya casi cuatro años), que se desangró en luchas de poder basadas en alianzas y traiciones, de recelos y desconfianzas mutuas pero que nunca nadie pudo poner orden ni llevar una conducción aunque sea sobria y clara.

Así pasaron Luis Segura, el empate en 38, Armando Pérez, ahora Tapia con la cercanía de Angelicci…

Un cuerpo técnico que se fue asqueado (el de Gerardo Martino), otro que entró en puntas de pie (Edgardo Bauza) y no pudo ni siquiera saludar y un tercero (Jorge Sampaoli) que puso muchas condiciones para firmar (de trabajo, duración y económicas) y se quedó sin recursos enseguida, devorado por un plantel dominante y contagiado por algunos factores externos que juegan su partido.

Aquí entra la responsabilidad del plantel. Que no confía en el conocimiento del DT (ni de este ni de los anteriores; apenas un poco de Sabella y un poquito de Martino), que parece sólo respetar a tres o cuatro entrenadores en el mundo (Guardiola, Mourinho, quizás Ancellotti) y no muchos más, que creen en que pueden sostenerse en la autogestión y quem en ese accionar, no respetan el mínimo de consideración hacia la autoridad.

En ese combo, fracasan todos. Dirigentes en la guerra despiadada de poder, entrenador que se aferra al cargo ( y sobre todo a los billetes) sin margen pero que no lo soltará por más que su figura haya sufrido un desgaste descomunal y jugadores que hicieron una paupérrima Copa del Mundo, desaprovechando una quizás última oportunidad.

Argentina tiró una hermosa posibilidad. No se dieron la mano, no se dieron tregua, no reflexionaron ni se dieron la chance de jugar la carta que les quedaba. Se vieron superados por un rival mejor, porque en todo esto también juega que Francia cuenta con mejor equipo y obtuvo una victoria clara y merecida, sostenida en la defensa con Pavard (algunos lo descubrieron ahora, había brillado en la primera fase), Varane y Umtiti; dos cracks como Kanté y Pogba, y un ataque formidable con Griezmann, Giroud (a quien elogiamos desde los tiempos en que salió campeón de la Liegue One con Montpellier en 2012) y Mbappé, de sobresaliente partido.

Francia fue mejor y ganó bien. pero si uno analiza que aún en el descalabro y el estado de crisis típico argentino, la selección consiguió tres goles, esto quiere decir que con un poco de orden y mucha más humildad el equipo estaba para más.

Eso faltó: orden y humildad. Todos pusieron su granito de arena para que faltara eso. Todos colaboraron para que sobrara lo contrario. desorden y soberbia.

Una pena. La Argentina nunca advirtió que había que dejar de lado todos los egoísmos para jugar un Mundial en equipo y hacer una campaña que, con sacrificio, seguro iba a ser mejor.

La derrota con Francia le pone fin a la pesadilla. Pongamos en marcha el sueño rumbo a Qatar 2022. Para empezar tomemos todos un baño de humildad. Olvidemos los egoísmos y no actuemos como si fuéramos cada uno el dueño de la verdad. Démonos la oportunidad.

 

Hernán O’Donnell