El Sub 17 y la alegría de ganar el Superclásico de las Américas

Así se lo bautizó hace un tiempo al enorme choque futbolístico entre la Argentina y Brasil. “El Superclásico de las Américas”. Y si bien el nombre parece rimbombante, le queda bien. A la medida. Es un partido que asombra al mundo, gigante. Aunque se juegue en otra categoría, como la de anoche, el Sub 17. Y por el Torneo Sudamericano Lima 2019, clasificatorio pra al Copa del Mundo Sub 17 de la FIFA-Brasil 2019. Se juegu donde y por el torneo y edad que se juegue, siempre será Argentina- Brasil, el Superclásico de las Américas.

En esta oportunidad, además, había un condimento extra. Era como una especie de final. Por lo menos para Argentina, porque Brasil ya está clasificado al mundial como país organizador. Pero para la albiceleste, la única chance de pasar a la segunda ronda era de una forma dura y exigente: ganar y por tres goles de diferencia. Empresa nada sencilla, sobre todo ante Brasil.

Y los pibes se la jugaron. Con orden y con enjundia. Con habilidad y esfuerzo, con talento y sacrificio.

El primer tiempo era parejo y sin grandes ocasiones de abrir el tanteador. La Argentina buscaba, pero no lograba perforar la defensa brasileña y mientras pasaban los minutos, asomaba una sensación de que el partido parecía difícil de quebrarse. Pero a los 37′ una falta innecesaria de Renan sobre Zeballos (lo cruzó a la altura del cuello) le otorgó el penal que Matías Godoy supo convertir.

La Argentina pasaba a ganar 1 a 0 y se metía más en la pelea. Era el gol de la calma, de la tranquilidad y de la esperanza.

En el segundo tiempo, el desarrollo fue otro. Mucho más volcado el equipo de Pablo Aimar al ataque, a los 55′ llegó el segundo tanto, con un remate desde afuera del área de Matías Palacios. Un golazo del joven volante de San Lorenzo. 2 a 0 y a jugarselá que había tiempo y sólo faltaba un tanto.

Brasil cometió el pecado de intentar salir del partido. De no jugarlo, de que no se jugase. Se metió atrás, lo cuál no sería criticable si lo hiciera con criterio: refugiarse un poco, achicar espacios y pensar en salir rápido de contragolpe. Pero, no. Se metió demasiado cerca de su arco, y procuró enfriar, demorar, dejar pasar el tiempo.

La Argentina insistió con el juego. Con Palacios como conductor, con Godoy y Zeballos como socios, con la voluntad de todos. Y cuando los minutos pasaban y el arco brasileño se cerraba, la albiceleste mandó a los centrales, sobre todo a Amione a jugar de delantero, bien metido en el área brasileña. Los laterales abiertos y Palacios más retrasado para conducir, distribuir y organizar los ataques de un encuentro que se jugaba en el campo de la verdeamarela.

Y tanto fue a la búsqueda, tanto fue a la fuente, que al final la rompió. Se jugaban 92′, ya era el tiempo de descuento y el final asomaba cercano. Matías Palacios recibió sobre la izquierda, sorteó con un taco la marca del lateral, también la falta y corrió tras esa bola para lanzar el centro pasado. Apareció Godoy por detrás de todos y con el último aliento, sobre la línea de fondo, metió la pelota atrás, en el área chica, justo donde estaba Amione. El arquero se había pasado tras la pelota que alcanzó Godoy, y el defensor de Belgrano se encontró solo, con tres brasileños en la línea del arco, que trataron de hacer lo imposible. Amione, con total serenidad remató seco, bajo , al medio del arco y selló el imprescindible tercer gol. La locura, la alegría, todo encerrado en el festejo. Y la sabiduría para jugar y manejar los dos minutos que faltaban de la prórroga.

La Argentina había conseguido el objetivo: ganar 3 a 0 y obtener la clasificación al hexagonal final que otorga 4 plazas para el mundial. Había logrado la satisfacción de ganar el Superclásico de las Américas.

Pero le quedaba algo más por lograr: el saludo cordial y respetuoso al vencido, la mano tendida para felicitar y demostrar hidalguía deportiva en la victoria, esa que es tan difícil a veces de conseguir. Saber ganar y ser respetuoso con el adversario derrotado. Lo consiguió. Se llevó el respeto y el aplauso por ser un buen ganador. Que es bastante más que una simple victoria deportiva.



Hernán O’Donnell