Cuando el telón bajaba, Flamengo metió dos golpes y se llevó la Copa

El fútbol es el más maravilloso de todos los deportes. De todos. No hay ninguno que se lo pueda comparar. Hay espectáculos atractivos, fascinantes, intensos y hasta vibrantes. Pero que puedan tener semejantes cambios, que puedan producir variantes inesperadas, que lleguen finales impensados, que en dos minutos se borren ochenta y ocho que fueron de otra manera…River tuvo la Copa en sus manos durante casi todo el partido. La tuvo y de a poco se hizo dueño de ella, la empezó a arropar, a cuidar, a esconder, y cuando la empezaba a envolver para llevarselá a Buenos Aires, apareció Flamengo y de dos cachetazos se la arrebató y le cambió el boleto del destino final.

Es lo que tiene este bendito deporte. Esa impensada modificación de un resultado, que cuando más parece asegurado y resuelto, llega una ráfaga que cambia la historia, revierte lo hecho y todo aquello que parecía sentenciado va a parar al canasto de descartes y se teje un desenlace inesperado. Parecía que la Copa era de River. La tenía, estaba ganada. Todo lo que sucedía en los minutos finales nos llevaba a pensar que era una historia terminada. Porque el partido ya había entrado en el tiempo de cierre y la lectura del juego indicaba que estaba mejor el equipo argentino, que tenía el juego controlado y Flamengo no había hecho más que algunos ataques aislados pero no lucía impetuoso, dominante, desbordante…Y sin embargo, cuando nadie lo imaginaba, todo cambió.

Flamengo salió a jugar con su estilo habitual, de toque cuidadoso y control del balón. River le opuso intensidad, atropello, marca en todos los sectores de la cancha y mucho rigor físico. Y cuando las cartas empezaban a mostrarse, llegó el gol del equipo argentino. Perez presionó para recuperar una pelota, falló Filipe Luis en la salida, no pudo controlar el centro, tampoco lo hicieron los defensores, y Santos Borré, desde el punto del penal abrió el marcador. 0-1 para River, cuando iban 14′ de juego. Un grito desaforado recorrió las tribunas millonarias de todo el país y a partir de ahí se empezó a jugar el partido que Gallardo quería.

River se acomodó al partido. Presionó la salida de Flamengo, propuso siempre una marca asfixiante sobre el que tenía la pelota y realizó un despliegue físico notable. Santos Borré y Suárez corrían por todo el frente de ataque para perturbar la salida prolija de los brasileños, y Enzo Pérez cubría todo el anco de la cancha. Atrás, Pinola mostraba despliegue y agresividad para cerrar cada intento carioca.

Flamengo no encontraba ni el ritmo ni las ideas. No entendió el partido. Muy quieto, sin velocidad ni dinámica, sus toques eran cortados y no aparecían ni Burno Henrique ni De Arrascaeta para elaborar juego. Gabriel era una sombra indetectable en el campo.

El fin del primer tiempo dejó una imagen más clara de River y una sensación de que el partido podía ser controlado si manetnía ese libreto recorrió el cielo de Lima.

El complemento fue parecido. River controló y Flamengo inentó un poco más, pero sin constancia ni derroche de juego. Mejoró con el ingreso de Diego, porque le dio otra velocidad, otra dinámica y generó un poco más de juego.

Sin embargo, lucía firme el conjunto millonario. Y los minutos pasaban mientras no había señales de cambios en el desarrollo del juego.

Los cambios, de a poco, empezaron a torcer el juego. por lo menos en cuanto a influencia. El ingreso de Diego le dio otra dinámica a Flamengo, fue dicho. Pero las variantes en River le quitaron potencia a su juego. Julián Alvarez por Fernández resultó un cambio raro, más por las posiciones que por los nombres propios, ya que Alvarez jugó bien y Fernández no tuvo una buena tarde. Pero resultó raro desde lo posicional, un delantero por un volante pareció arriesgado, por todos los movimientos generales que implicaban. Y más se notó cuando Pratto entró por Borré, ya que salió su mejor delantero y el “Oso” no terminó de afirmarse como centrodelantero de área sino que jugó por afuera y de hecho, de un intento suyo en posición de volante vino el error que derivó en el empate. Y Paulo Díaz, que entró por Casco, no pudo cerrar en el final de la jugada, aunque nada hay para recriminarle.

Porque esos detalles le costaron el partido a River. Que lo había jugado muy bien y lo tenía controlado. Salvo una clara situación a los 75′, Flamengo no tenía más situaciones. Y los últimos diez minutos de juego transcurrían en campo brasileño, con un control de balón de River que, mientras los minutos corrían, parecían presagiar el final sin modificaciones. A los 86′, tras una buena maniobra por izquierda, Palacios la llevó a un costado, le hicieron falta y llegó al minuto 87; reanudó con un suave toque, mantuvieron la posesión y pasados los 88′ se la pasaron a Pratto, que intentó, solo más allá de la mitad de la cancha en campo de Flamengo, casi parado como volante, llevarla. Despuépretendió un pase vertical, rebotó en un rival y le quedó otra vez el balón. Intentó llevar la pelota cuando lo más aconsejable era un pase rápido a un lateral. Y ese querer llevarla lo llevó a perderla; se generó un contragolpe inesperado, De Arrascaeta la llevó, habilitó a Bruno Henrique, este se la devolvió con un gran pase para su entrada solitaria por izquierda y el uruguayo habilitó a Gabriel que entró solo por derecha y marcó el 1 a 1 a los 88′.

Un balde de agua helada para el equipo que parecía tener el partido en sus puños. Una explosión de alegría para los miles y miles de fanáticos brasileños que recuperaban el alma cuando el partido tocaba su fin. Y en ese aturdimiento, cuando el encuentro se reanudó, Flamengo había revivido y River estaba groggy, como el boxeador que recibe un piñazo en el último round y empieza a tambalear. Tenía la pelea ganada, pero en la última vuelta un golpe lo tiró al piso. Cuando quiso levantarse, aturdido, recibió el golpe de knock out. River estaba mal parado y desordenado cuando salió un largo pleotazo del fondo, Pinola (de excelente partido hasta el momento) no la pudo controlar, Gabriel le ganó la pelota y la posición, superó el cierre tardío de Martínez Quarta y con un potenet remate venció a Armani a los 90+1′. Era el golpe que lo envió a la lona. En los últimos segundos del último round, dos manos le sacaron la corona. La primera lo dejó groggy; la segunda, lo noqueó.

River vio como en tres minutos se le escurría lo que tenía casi asegurado. Cuando todo parecía concluir y los festejos empezaban a sonar, la felicidad cruzó de un arco a otro. Apenas quedaron unos minutos para la expulsión de Palacios por su foul y agresión posterior fruto de la impotencia del momento, y la salida también por roja de Gabriel, por conducta antideportiva.

Flamengo vio como los dioses del fútbol le guiñaron un ojo. Como le sonrieron y lo premiaron como un obsequio por la gran Copa realizada en todos los partidos previos, al margen de una tarde donde pareció haber olvidado todo su repertorio. Pero encontró el trofeo por esos dos golpes que metió cuando caía el telón de la final única, para darle la razón a los duendes que siempre rondan en este bendito deporte y por eso lo hacen único, impredecible, maravilloso.


Hernán O’Donnell