Messi fue a la tierra de Diego en un encuentro simbólico

Mucho se habló de este partido. En realidad, hace tiempo que se habla de la visita de Lionel Messi, el mejor jugador del Mundo en la actualidad, a la ciudad que vio en sus años de esplendor a Diego Armando Maradona, el mejor jugador del Mundo en los años ’80 y gran parte de los ’90.

Desde que se sortearon los octavos de final, se habla de eso. De Messi en Nápoles, más que de Nápoli y Barcelona. Del Rey en la tierra del Rey antes que del choque entre dos equipos que sueñan con levantar la famosa “orejona”…

El comienzo fue de tono monótono. Nápoli se estableció con un 4-1-4-1, bien apretadito y sin regalar ningún espacio. Ordenado y atento, se movía en tándem el equipo local para controlar los movimientos acompasados y por momentos lentos del Barcelona. Nápoli no tenía misteriosni tampoco verguenza; Mertens se adelantaba un poquito más, pero el esquema era conservador porque la atención principal estaba puesta en interrumpir los circuitos del equipo catalán.

Barcelona se repetía en su libreto habitual. Control del balón, posesión, pases precisos y búsqueda del compañero libre de modo permanente, a la espera de la aparición de espacios. Pero chocaba con el bloque cerrado del equipo italiano y la falta de imaginación. Sólo Messi aportaba un poco de fantasía y de gambetas, pero el resto se repetía en el toque asegurado, que por momentos se volvía lento y previsible.

Hasta que llegó la contra del local, la apertura de derecha a izquierda y el remate cruzado y al ángulo de Mertens que abrió el marcador. Iban 30′ y Nápoli se adelantaba 1 a 0.

A diferencia de cualquier enfrentamiento en el mundo, donde tras recibir un gol en contra, el equipo que se encuentra abajo en el marcador sale con más determinación y riesgos a buscar la igualdad, Barcelona tiene una marca registrada desde hace un tiempo: no resignar su estilo, no desesperarse, no tirar pelotazos ni buscar soluciones fuera de lo que entiende como su modo de jugar. Siguió de la misma manera y el partido se mantuvo en su libreto. El visitante con el balón, el control y el traslado a partir de la posición de Vidal, más volcado a la derecha, Rakitic y De Jong como internos, Messi aletrnaba con Arturo Vidal y Griezmann buscaba con rotaciones abrir los espacios. Pero sin nervios ni descontroles. Entonces, con un Nápoli atento y vigilante, se cerró el primer tiempo con el 1 a 0 para el local.

Sin variantes para el complemento, Barcelona tomó la pelota desde el inicio, adelantó líneas y volcó el juego hacia el campo rival, que se mantenía en su idea: control en el borde del área, Diego Demme como volante central, una línea de cuatro un poquito por delante de él con Mertens como hombre más adelantado.

La visita no rompía su plan, pero ya no le alcanzaba con el control. Debía acelerar, de lo contrario la tarea se haría muy complicada. A los 53′ salió lesionado Mertens y a los 56′ llegó el empate: una triangulación entre Sergio Busquets, pase a la derecha y al vacío para Semedo, el centro rasante para la entrada libre y por el medio de Antoine Griezmann y el 1 a 1. En tres minutos, Nápoli había sufrido dos cachetazos.

El partido ya tomaba un rumbo más definido; Barcelona tenía la pelota, Messi se mostraba más activo y el visitante insinuaba más. Sin embargo, un contragolpe de Nápoli lo encontró sólo a Callejón quien demoró un instante su remate y Ter Stegen con una barrida rápida y certera le tapó el disparo y evitó la caída de su valla.

De a poco mermó el ritmo, se apagaron las turbinas y ambos se empezaron a conformar con la igualdad. Nápoli porque sigue en carrera, porque deja abierta la ilusión y si bien necesita convertir un gol en Cataluña, va por una clasificación que no es imposible.

Barcelona quedó satisfecho porque intuye que de local, aún con las ausencias de Vidal y Busquets no debería tener problemas en resolver el pase de ronda.

Lo más importante que dejó la noche napolitana fue la visita de Leo a la casa de Diego, y de eso se hablaba antes del partido y se hablará en el futuro cuando se lo recuerde.


Hernán O’Donnell