El homenaje que el viejo y querido fútbol argentino se merecía

Amaneció nublado. Y frío, bastante frío. Sin embargo, aquel domingo 25 de Junio de 1978 iba a transformarse en un día festivo para el deporte argentino, en una jornada histórica para nuestro viejo y querido fútbol. Se jugaba la final de la XI Copa Mundial de la FIFA-Argentina 1978 a partir de las 15 hs y desde muy temprano la gente empezó a acercarse al Estadio Monumental, la cancha de River en la jerga futbolera de entonces y siempre, porque la ansiedad, las ganas y toda la expectativa puestas en esa final entre Holanda y la Argentina, no podían detenerse ni postergarse. Hacía frío y estaba nublado, pero había un partido, que entonces era el más importante de la historia de nuestro fútbol, por delante.

La memoria de aquel chico de 11 años que había concurrido a todos los partidos jugados en River, y un par en Vélez, en ese Mundial, permanece intacta en cada segundo de lo que sería ese domingo de gloria, con todos los preparativos previos a concurrir a la cancha para cerra una Copa inolvidable. La mañana nublada y fría. El desayuno en el hogar, muy cercano al estadio. La llegada de amigos que también concurrirían a la cancha. La felicidad de haber sido protagonista in situ de cada uno de esos encuentros. La emoción de reencontrarse con la camiseta argentina, pues la derrota con Italia y la consecuente transferencia a Rosario del equipo de Menotti nos encontró con los boletos comprados para la cancha de River. Y a seguir los partidos de Italia y a los nuestros a través de la TV. Por eso ese domingo 25 de Junio, además, íbamos a volver a ver a la selección en la cancha, en vivo y en directo.

Los comentarios previos, el almuerzo un poco más temprano que de costumbre y la caminata de 8 cuadras hasta la cancha para llegar quince minutos antes del inicio y acomodarse en la platea asignada, sin ningún inconveniente.

La lluvia de papelitos cuando Argentina salió a la cancha…Desde la platea Almirante Borwn Media veíamos caer como si fuera nieve las miles y miles de hojas cortadas arrojadas desde la popular. La euforia y el optimismo de los cantos de la tribuna. Los himnos y las quejas por el yeso de van de Kerkhof. “¿Que pasa?; ¿no se va a jugar el partido?”. La inocencia y el temor del niño que no comprendía que sucedía como la mayoría de los que lo rodeaban, hasta que un plateísta provisto de una radio portatil difundió lo que sucedía en ese cabildo abierto en la mitad de la cancha.

Y sin saber bien que había pasado y como se solucionó, el partido dio comienzo.

El inicio fue tenso, como corresponde a una final de campeonato. Con pierna fuerte, intención de asegurar la pelota y las primeras infracciones de una Holanda que se parecía poco a aquella selección que había deslumbrado cuatro años antes. esta mantenía algunos aspectos del pressing y la dinámica, pero era menos vistosa y un poco más violenta. Enseguida comenzaron los excesos y el malhumor de los argentinos, con una reacción de “Petete” Bertoni, tras otras quejas de Ardiles, que motivó el comentario de mi vecino de platea: “Eh! que pasa? hoy se levantaron todos chinchudos?”, ja. Eran los nervios y la ansiedad de los primeros minutos.

La primera llegada, a través de Daniel Passarella que pisó el área con coraje y su remate se fue alto. Enseguida la réplica holandesa, el centro desde la derecha, el choque entre Galvan y Gallego y la pelota que le queda servida a Johnny Rep. Casi un penal con pelota en movimiento, la pelota que pica, el remate que sale y el estadio enmudece…parece que va a ser gol de Holanda nomás, pero el vuelo fantástico de Ubaldo Matildo Fillol impide ese desenlace, sus manos envían el balón al corner y todos nos paramos para gritar el desahogo, casi como si hubiera sido un gol propio.

Entonces llegó el alarido. El gol propio, sí. La maniobra de Osvaldo César Ardiles, el toque para Leopoldo Jacinto Luque, la entrada del “Matador” Kempes y su esfuerzo para convertir desde el piso ante la salida de Joenbloed, el arquero visitante. 1 a 0 para Argentina a los 37′ de juego.

Pero había más en el primer tiempo, porque cuando todo estaba por concluir, antes de llegar al descanso otra vez Holanda estuvo cerca, con una aparición de su puntero Robbie Rensenbrink, quien apareció solo por izquierda y su remate fue tapado por la barrida con las piernas del “Pato” Fillol. Otra vez el arquero salvaba a la Argentina. Iban 44′ y muy pronto llegó la tregua del entretiempo.

El segundo tiempo fue luchado, cortado. La tensión aumentó. El partido se transformó en una batalla, con muchas interrupciones y algunas imprecisiones. Dos pases errados por Ardiles despertaron las quejas y los murmullos de los inconformistas y enseguida entró Omar Larrosa por el volante cordobés que no estaba en la plenitud física, con un fuerte golpe en el gemelo. Holanda metía y Argentina respondía. Por ahí llegaba Luque, pero no le alcanzaba para definir. Y se ligaba una patadita de Ruud Krol, mientras Neeskens lo insultaba a la pasada. Luego, la segunda variante permitida en el equipo argentino, con el ingreso de René Orlando Houseman por Oscar Alberto Ortíz; pasaba Ricardo Daniel Bertoni al costado izquierdo y el “Loco” a su posición natural por derecha.

En esto estábamos cuando llegó el baldazo de agua fría. La defensa que sale a presionar ante la habilitación a la derecha, la llegada del extremo holandés, los gritos de los que estábamos en la otra punta de la cancha a Tarantini porque creíamos que había abandonado su zona y descuidado la marca, el análisis posterior de Larrosa enganchado ante el achique de la defensa, la desesperación por el centro que venía, la entrada limpia del grandote Dick Nanninga y el cabezazo para decretar el empate 1 a 1 a los 81′, mientras en el banco argentino se reprochaban no tener a Daniel Killer en el banco para hacerlo entrar cuando en la visita ingresara el centrodelantero y hacerle marca hombre a hombre…

Faltaban nueve minutos y todos los sueños se congelaron en un instante. Un sudor frío nos recorrió la espalda y el partido otra vez había quedado como al principio. A remontar la cuesta, con el dolor del golpe recibido parecía un a empresa dura de resolver.

El final del tiempo reglamentario encontró a los argentinos enojados, inquietos, con algunas discusiones lógicas del juego y una catarata de palabras que se chocaban entre sí. Hasta que el “Flaco” Menotti alzó la voz y gritó: “¡Basta! ¿No se dan cuenta que mientras ustedes discuten los holandeses no dan más? Mírenlos; están muertos, piden aire, lucen agotados. Ahora vamos a pasarlos por arriba. Si lo tapan a Passarella suba usted, Galván. Vamos que se lo ganamos”.

Eso lo supimos después, cuando César Luis Menotti contó detalles de ese partido. Entonces nos comían los nervios. El partido era más luchado que jugado. Y ahí apareció el espíritu del equipo. Porque sacó fuerzas y le agregó a su conocido respeto por el balón, a su incesante búsqueda ofensiva, un temple y una personalidad avasallante, que terminó por someter a la rudeza que proponía Holanda. Y el ejemplo fue el segundo gol de Kempes, a lo guapo, para eplear el balón, ganarle el rebota al arquero y extender la pierna y “primerear” a los doz zagueros rivales que se subían a la lucha. Argentina convertía el segundo a los 104′ y el 2 a 1 sacudía otra vez los cimientos del Monumental.

Ahora era el momento de festejar. De gritar, de alentar, de pararse y ayudar todo lo posible a un equipo que dejaba el alma en la cancha. Que jugaba con el corazón. Con Luque golpeado por todos lados; con la sangre que regaba su camiseta, igual que la de Tarantini. Con Passarella en una pierna, acalambrado. Con Kempes desplegado por toda la cancha, desde hacer el saque de arco hasta armar la pared con Bertoni para que este convirtiera el tercer gol a los 114′ y quedará sellado el resultado. 3 a 1 para la historia.

“¡Ahora sí!” fue mi pensamiento en ese momento y para siempre. “¡Ahora ya no nos pueden empatar!” creía y se convencía el chico próximo a cumplir los 12 años, cuando el fútbol ya era un virus inoculado en su alma. Ahora no nos pueden alcanzar, ya sacamos una buena diferencia, falta poco, vamo, vamos Argentina, que el sueño está muy cerca, vamos, muchachos, ahora sí, vamos señor, usted que se aguantó mis gritos y mi bandera que un para de veces le rozó la cabeza en la platea de la fila de atrás y su sonrisa y su abrazo cuando el final se acercaba, “vamos querido, no te preocupes” me decía con el bigote blanco y los ojos llenos de felicidad. “Vamos”, y el abrazo con la pareja de unos asientos más allá, ella elegante con un tapado y el enfundado en un gorro con visera y el análisis táctico durante todo el partido. “¡Vamos que somos campeones!” Nos decíamos bien fuerte entre todos en ese sector de la Platea Almirante Brown Media y en cada una de las tribunas del Monumental. Vamos, que las lágrimas no nos tapen la vista y atrapemos todos estas imágenes para hacerlas imborrables, para guardarlas en la memoria como uno de los tesoros más preciados de la infancia, para apretar los puños y tomarse el trago de la vida para los que entonces ya llevaban más años de fútbol y de vida recorridos. Vamos que los jugadores ahí vuelven a recibir la Copa, que ahí arrancan la vuelta olímpica, que esta alegría desbordante pueda algún día transformar a un país mejor, sin muertes ni crímenes, ni secuestros ni violaciones a los derechos fundamentales. Que la libertad llegue de una vez y para siempre. Vamos que el fútbol nos trajo una gran alegría de la mano de un seleccionado que la cambió la cara a la historia.

Vamos a contarlo siempre que fue, como dijo Menotti, un homenaje al viejo y querido fútbol argentino. Vamos, que así queremos recordarlo para siempre.


Hernán O’Donnell