En medio de la vorágine de partidos, en un febrero que siempre es intenso por la cantidad de juegos que se disputan en todo el planeta (es el mes donde se reanuda la Champions League, la Europa League, se inicia la Copa Libertadores y se juega la Champions de la CONCACAF -amén de todas las ligas del mundo!), cuando no nos alcanzan los ojos para ver todos los partidos que hay, cuando no nos alcanza el tiempo para leer todos los comentarios y análisis de los encuentros y sus mejores alternativas, en medio de todo ese vértigo, mañana la FIFA empezará a armar su futuro.
Es un partido que no se juega en la cancha, es verdad y que comenzó hace mucho tiempo y dura, claro está, bastante más que 90 minutos.
Es el partido de los dirigentes, el que juegan quienes conducen la organización de este deporte que se ha transformado en un mega espectáculo mundial. Y con los antecedentes muy recientes de escándalos, intervención de la justicia y detenciones que sacudieron los cimientos de la Federación hasta hacerla parecer tambalear y con muchas cosas internas por arreglar.
La FIFA ya no puede continuar ese camino de papelones indisimulables. Necesita un cambio, una modificación, una renovación. Ha pasado un año muy triste, machada por denuncias que la han dejado sin respuestas ante la sociedad. Una sociedad compuesta por millones de seguidores, de esa “tribu” inconmensurable y heterogénea que sigue con candorosa pasión este juego que, para lamentar, se ha ensuciado.
Es la hora de votar y elegir nuevas autoridades. Es la hora de encaminar a esta Federación que no tiene, o no debería tener, mayores objetivos que el de hacer transitar al bendito fútbol por un sendero despejado, tranquilo y transparente.
Hernán O’Donnell