A los 4 minutos del segundo tiempo se sacudió la modorra. El partido que nadie quiere jugar, pero que es un aperitivo necesario para esperar más relajados la gran final y para distenderse, ese partido por el tercer puesto, que por lo general resulta abierto y atractivo, en este caso en la noche fría de Concepción, había consumido un primer tiempo agradable pero con muy pocas emociones.
Luego vino el gol de Perú y entonces todo se hizo más abierto. Bobadill y Oscar Romero tomaron las riendas de Paraguay y mandaron al ataque a un equipo siempre conducido por la sabiduría de Ortigoza. Enfrente, Perú lo había sacudido. Entre Yotún, Cueva y Paolo Guerrero construían buen fútbol y, de contragolpe, anunciaban que podían ampliar el marcador.
Era el Perú conocido, el que quiere volver a las fuentes, el de los gloriosos años ’70…
Y la garra paraguaya para responder con verguenza deportiva. A los ’66 lo tuvo Edgar Benítez, para intentar el empate, pero le faltaron unos milimetros para empujar la pelota al gol. Era de ida y vuelta. Sin miedos, sin especulaciones. Porque Paraguay fue a buscarlo, pero Perú no se refugió en su arco ni se colgó del travesaño. Ni siquiera hizo tiempo ni intentó demorar el juego. Jugó golpe por golpe. Y en el medio los gritos de aliento para Chile. Porque la mayoría, está claro eran locales, que fueron a ver un partido, pero a palpitar otro, “Chi, Chi, Chi…le, le, le. Vivá Chile!”, atronaba en el estadio. Y el ritmo no decaía: Un cabezazo de Paolo Guerrero besó el travesaño cuando iban 81 minutos.
Todo era vértigo. Porque en estos partidos no se especula . Se sale a ganar, que en definitiva perder no duele tanto. Y Perú encontró el sello a los 87, cuando Paolo Guerrero aprovechó un centro y con un remate bajo marcó el segundo tanto.
Una sonrisa para Perú, de gran Copa América. Arrancó con una derrota sobre la hora ante Brasil y a partir de ahí empezó a crecer, Venció a Venezuela, igualó con Colombia, superó a Bolivia y perdió de modo ajustado con Chile.
Una sonrisa para Ricardo Gareca. Y a empezar a soñar con lo que viene.
Hernán O’Donnell
(Enviado Especial a Santiago, Chile)