El frío de un octubre más emparentado al invierno que a la primavera se trasladó al Monumental del barrio de Belgrano. El viento helado que se originaba en el Río de la Plata inundó el estadio mucho antes del inicio. Tribunas con no demasiada gente, poco entusiasmo, cierta indiferencia del público en general, poca repercusión, era el contexto en que la Argentina debutaba en la Competición Preliminar de la Copa del Mundo de la FIFA-Rusia 2018. Y enfrente un adversario que había hecho una aceptable Copa América y que quiere crecer de acuerdo a la propuesta y la capacidad de su entrenador, Gustavo Quinteros.
Y entre tantos factores poco propicios, arrancó el partido. Los primeros 10 minutos fueron un espejismo: La selección albiceleste atacaba, buscaba con Di María por derecha, desbordaba y parecía que dominaría el partido. Se metía Angelito Correa, insinuaba el “Kun” Agüero, Mascherano cubría bien los espacios…duró unos pocos minutos, los iniciales. Ecuador mostró en ese inició sus intenciones. No se metió atrás, buscó presionar, se asoció en el juego, y siempre mantuvo su línea de cuatro defensores lejos del área grande. Sentó posiciones, aún cuando no encontraba el partido.
Luego, todo cambió. De modo paulatino, el control del juego se fue a las manos de los visitantes. Se lesionó Agüero, su reemplazante, Carlos Tévez no gravitó demasiado, se desdibujó Di María, Pastore nunca apareció y sólo quedaban las intenciones de Correa y el orden de Javier Mascherano. Ecuador, en cambio, encontró salidas rápidas por Valencia y Montero, mientras que Bolaños y Caicedo comenzaron a inquietar con asiduidad. Así cerraron un primer tiempo más que aceptable y con alguna ventaja a su favor, que no pudieron cristalizar en el marcador.
El segundo tiempo acentuó la tendencia. Lo más preocupante fue el rendimiento de Argentina. Sin profundidad, sin generar fútbol, sin juego asociado ni tampoco de aceleración vertical. La Argentina se enredó en sus dudas y estas fueron bien aprovechadas por Ecuador. Un error de Lucas Biglia le permitió a Bolaños irse sólo, y cerca estuvo Ecuador de abrir el marcador. Más tarde, la confusión le ganó al equipo argentino, que perdió la pelota y no pudo encontrar los caminos. Y Ecuador crecía. Dos tiros libres de buena posición tuvo a su merced Walter Ayoví. El primero dió en la barrera; el segundo lo desvió Sergio Romero con un manotazo al corner. Se intuía lo peor…
A los 35, un corner muy bien ejecutado desde la derecha, fue peinado hacia adentro y Erazo entró libre de marcas para convertir el 1 a 0. Y a los 36, un contragolpe magistral que encabezó Valencia tras recibir de Novoa, el hombre del Manchester United corrió cincuenta metros con el balón, superó a Lavezzi en la carrera y lanzó un centro para la entrada franca de Caicedo, que convirtió el 2 a 0.
La Argentina recibía dos golpes en dos minutos, muy cerca del final. Dolorosos y contundentes. Una sensación de vacío inmenso se apoderó de la noche fría de Belgrano (aunque insistan en ubicarla en Nuñez). Ya no quedaba tiempo para reaccionar. Apenas una buena jugada individual de Tévez que la finalizó con un remate potente y muy alto. Pero el equipo ya estaba vencido. No había podido disimular la ausencia de Leo Messi. No había podido encontrar el camino futbolístico. Se enredó en sus gambetas inocuas y sus pases laterales inexpresivos. Se vio superado por el orden y la estrategia pensada por el entrenador rival. Fue una expresión insipida que se vio tan fría como la noche de Buenos Aires.
Hernán O’Donnell