Fue una jornada de fiesta, redonda y alegre. Un triunfazo frente a Uruguay, con tres goles celebrados hasta la afonía, porque le daban la victoria al conjunto albiceleste en un clásico que siempre tiene una importante cuota de rivalidad. deportiva, claro está y que viene desde lejos y hace tiempo…
La gente fue al estadio desde muy temprano. A pesar de que el horario estaba establecido para las 21 hs, a partir de la mañana ya se vivía el bullicio habitual de las grandes jornadas. Al mediodía, los restaurantes desbordaban las veredas, con la gente aomodada en las mesas a la vera de las sombras de los árboles. Entre vinos y parrilladas, el desfile de banderas y camisetas ( de las selecciones y de clubes de ambos países) era incesante. Muchos se acercaban los hoteles donde estaban los planteles. Otros preferían compartir un café y alargar la sobremesa con los típicos pronósticos previos a los grandes partidos.
La siesta, quizás por única vez en el año, no tenía acompañantes: A las cuatro o cinco de la tarde, empezó la peregrinación al estadio.
A las seis de la tarde ya había ingresado más de la mitad de la gente; a la hora del partido, más lugares de los permitidos estaban ocupados. Era una fiesta de la ciudad, de la Provincia, y nadie quería quedarse afuera.
Pasaron la salida de los equipos, los fuegos artificiales y los himnos. El partido, que para eso vinimos, se ponía en marcha.
Un primer tiempo intenso, con una Argentina dominante y un Messi encendido presagiaban lo que vendría en el complemento. Uruguay era contención, un Cavani ubicado como volante por izquierda, muy retrasado y dos delanteros centros como Forlán y Suárez. En Alvaro González tuvo su mejor valor. Y en Muslera, que respondió bien en cada ataque.
Se olía que Argentina era mejor. En esa apilada terrible de Leo Messi, a los 37 de primer tiempo, que culminó con un remate cruzado apenas alto.
Y se concretó en el segundo tiempo. La enorme condición física (además de la futbolística) le permitió a Messi llegar a una pleota que parecía de Muslera cuando culminaba la pared. pero surgió el botín derecho de Leo y Argentina abrió el score cuando iban 64 minutos. Y llegarían más goles.
La habilitación poética a Di María, el centro del hombre del Madrid, y Agüero que la empuja cuando estaba solito y solo.
El tiro libre fue maravilloso. No hubo errores de Uruguay. Ni de la barrera ni del arquero. Todos esperábamos el tiro libre arriba, al ángulo superior izquierdo de Muslera. Digo todos, rivales y compañeros, cuerpo técnico de los dos seleccionados, espectadores y fotógrafos.
Pero Leo tenía una cartita más para tirar sobre la mesa. Y ejecutó un remate rasante, bien bajo, preciso, que pasó por debajo del salto de los integrantes de la barrera y se introdujo junto al poste izquierdo del arquero uruguayo, quien pese a un tremendo esfuerzo no logró llegar al balón para impedir la caída de su valla.
Hubo más, el ingreso de Barcos (entró muy bien), el rendimiento alto de la defensa (se destacaron Rojo y Zabaleta), la dinámica de Gago…
Pero, el cierre de la noche fue ese tiro libre. Gocemos de Messi y agradezcamos (como nos sucedió en tiempos de Maradona) ser testigos de los momentos de un jugador incomparable.
Hernán O’Donnell
(Enviado Especial a Ciudad de Mendoza, Pcia de Mendoza)