En la génesis y en la agonía, Liverpool selló el resultado

No fue el equipo compacto y demoledor que había sido durante todo el torneo. No deslumbró ni tuvo un rendimiento de excelencia. Pero Liverpool apeló a todo su oficio, su mística y su jerarquía para superar a Tottenham y llevarse la UEFA Champions League 2019.

Comenzó a elaborar la victoria en la génesis del partido. Iban 22″ cuando se produjo la falta por la mano de Sissoko en el área y sin necesidad de acudir al VAR el equipo de Kloop tuvo la pena máxima a favor y el resultado que empezaba a sonreir cuando el partido nacía. Tras las quejas, las protestas y los aprontes para el remate, llegó el momento y al 1′ Mohammed Salah definió con un remate fuerte y seco al medio, 1 a 0 y el encuentro que tenía todo el futuro por delante pero que, ahora que todo terminó, podemos entender que había quedado casi sentenciado.

Liverpool sintió que cargaba con el peso y la responsabilidad del partido. Que todo lo que se había hablado en la previa, de alguna manera, le significaba una carga extra. No era el equipo suelto y agresivo que se había lucido en la Copa y en la misma Premier League. Al contrario, lució atado y enseguida se retrasó en su campo.

Le cedió la pelota a Tottenham, trató de cortar en tres cuartos y aprovechar esos espacios para lastimar de contra. En ese recorrido, Fabinho y Henderson se lucieron en la distribución, mientras que Alexander-Arnold estuvo seguro en un par de cruces para cerrar la defensa.

El conjunto de Pochettino fue a través de la movilidad de Dele y la habilidad de Son, pero les costó conectarse con Kane y no surgieron muchas posibilidades. Si la tuvo Alexander-Arnold con un buen remate cruzado y un disparo de Robertson que controló Lloris.

Se fue el primer tiempo con un nivel general discreto, dos equipos que se cuidaron, que tomaron muchos recaudos y sólo por la inercia que le generaba el resultado adverso, el conjunto de Londres se adelantó un poco más en el campo.

En el complemento no se modificó demasiado el juego. No creció la intensidad ni se vieron acciones que levantaran al espectador neutral. Tottenham intentaba entrar en la telaraña que le tejía Liverpool, bien cerrado en la defensa y con los cambios rápidos que le dieron oxígeno: Origi por un averiado Roberto Firmino le otorgó más frescura al ataque y el ingreso de Milner por Wijnaldum le daba más lucha y batalla en la mitad de la cancha. de hecho, fue un acierto que Milner entrara por la banda izquierda, porque ayudaba a Robertson en la marca y le permitía al escocés tener esos arranques demoledores con la garantía de que le cubriría las espaldas. Unos minutos después, Kloop decidió correr a Milner a la derecha, cerrar a Henderson con Fabinho y que Mané se volcara como volante por la izquierda. No resultó. Mané no bajaba tanto, Robertson sufría en soledad y los dos vloantes que se juntaron en el medio (Henderson y Fabinho) ya no se entendieron tanto. El DT decidió volver a cambiar: Mané arriba, Origi como el viejo y querido “volante ventilador” por izquierda, Liverpool se acomodó mejor.

A todo esto, Tottenham crecía porque agregaba hombres de ataque. Entró Lucas Moura para darle velocidad arriba. Y empezaron a llegar las oportunidades. Entonces, entró en escena un hombre que se convertiría en una de las grandes figuras de la noche madrileña a partir de sus magníficas intervenciones: el arquero brasileño Alisson Becker. Una y otra vez apareció para salvar a Liverpool.

Seguro y ágil en los tiros de esquina, se lució cuando sacó al córner un tiro libre de Eriksen en la jugada más peligrosa a los 84′ de juego.

Antes había detenido un remate dificíl de Son, uno muy claro de Dele Alli a los 73′ y otro de Lucas Moura a los 80′. Cada vez que lo llamaron, el arquero respondió. Y agrandó su figura hasta detener una y otra posibilidad que Tottenham pudiera crearse.

Hasta allí llegaron las ilusiones del equipo de Pochettino. Porque no tenía más recursos para perforar un defensa que se mostraba sólida y cuando se le abría una grieta. siempre tenía al arquero para solucionar cualquier peligro.

Liverpool había elaborado dos maniobras claras, en el complemento, con su sello de calidad. Una fue una genialidad de Mané, quien habilitó a Salah. y este de espaldas jugó a untoque para Milner, quien remató muy cerca del palo izquierdo de Lloris. La otra fue un centro envenenado de Robertson que controló el arquero francés. Y en la tercera llegó el sello de la victoria, cuando entrábamos a la agonía del partido.

Corner desde la derecha de Milner, disparo de Van Dijk, rechazo de Dier y la pelota que le cae a Matipque tiene la lucidez de habilitar a Origi, sólo sobre la izquierda…el mundo se detuvo un instante. El hombre del Liverpool la paró, se acomodó y sacó un violento remate que cruzó todo el arco y se metió junto al poste izquierdo de Lloris. Iban 87′ y la final encontraba su segundo gol. La explosión roja sacudió a Madrid, a Europa, a todo el planeta. Liverpool abrazaba la gloria. ya no había más sufrimiento, sólo un puñado de minutos lo separaban entonces del desahogo final.

Liverpool abrazó la UEFA Champions League 2019. La merecía. Mucho. Por todo lo que sufrió en la última final, cuando el juego brusco del Real Madrid y la salida prematura de Salah, el accidente de Karius en el tanto de Benzemá, el golazo de Bale, la mala suerte en algunas puntadas finales y el oficio del equipo español lo dejaron sin premio. Lo merecía por la brillante temporada del conjunto en la Premier League, cuando se quedó sin el premio final aunque solo perdió un partido, ante Manchester City, y sin ser inferior al rival. Lo merecía porque hizo una Copa brillante con una actuació estupenda ante Barcelona en el Nou Camp que solo el genio de Lionel Messi pudo vulnerar para derrotarlos por un distorsionador 3 a 0. Y lo merecía porque en el desquite no se quedó en el lamento sino que fue a buscarlo con esperanza, actitud y juego, hasta vencer al equipo catalán por un histórico e inolvidable 4 a 0.

Lo merecía porque su afición lo acompañó siempre, no perdió la fe ni el optimismo nunca, aún cuando todo parecía perdido. Porque honró el himno que distingue al club, ese que canta que “Nunca caminarás solo”. Lo merecía porque lo soñó, lo trabajó y lo supo edificar.

Lo merecía porque su entrenador Jurgen Kloop no se dejó atrapar por el pesimismo, porque si le recordaban que había perdido “seis finales consecutivas” respondía que “entonces eso significa que con esta última gané siete semifinales consecutivas…”. Porque supo ver el vaso medio lleno, porque se contagió de optimismo y de ganas de vivir, porque no se dio por vencido ni aún vencido.

Todo sucedió en una noche de primavera española, cuando Liverpool honró su historia y levantó por sexta vez la añeja y entrañable Copa de Campeones, porque siempre supo que el pasado no puede ni debe ensombrecer lo que sueña y se busca en el presente. Y porque supo que el partido duraba noventa minutos, y en la génesis y en la agonía alcanzó los gritos consagratorios.


Hernán O’Donnell