Bayern Münich, el nuevo dueño de Europa

Una multitud late y ruge en Wembley. Alemanes que han conquistado suelo inglés. Que han conquistado Europa, en realidad. Que no paran de saltar y cantar. Que supieron sufrir, para después gozar.

Europa tiene un nuevo dueño. Un conjunto que hizo gala de sus virtudes durante todo el torneo y que supo luchar el encuentro final. Un Bayern Münich que encontró en el epílogo, la puerta al cielo. Cuando parecía que todo concluía empatado, que el alargue prolongaría el suspenso, que los penales eran una alternativa válida, cuando iban ya 88 minutos un pelotazo largo encontró un rebote y la aparición fantasmal de Arjen Robben,que, como un rayo, se llevó la pelota sorteó a dos defensores en un zig-zag a toda velocidad y cuando salía el arquero Weidenfeller, la tocó suave, cruzada.

Fue el gol del triunfo, del desahogo, del festejo furioso y revanchista. El holandés Robben empezaba a pagar, para muchos, su deuda. Si algunos creían que era responsable de la final perdida en casa, el holandés se encargó de levantar el pagaré y desatar una locura inimaginable en el mítico Wembley.

Robben, el héroe de la final
Robben, el héroe de la final

Antes hubo un partido; y antes, una ceremonia intensa, significativa, con dos ejércitos que representaban a las fuerzas de Dortmund y de Münich. Soldados que simulaban enfrentarse para concluir en un cículo que los unía mientras dos gigantes banderas de cada uno de los finalistas, aparecían por los laterales. Y la Copa que emergía por el centro, muy cerca del tunel de salida de los jugadores. Rojos y amarillos y negros, a la cancha. Y a jugar la gran final…

Borussia Dortmund arrancó mejor; por lo menos, más incisivo, más audaz, con mayor determinación para ir a buscar el partido. Ahogó a los volantes de Bayern, Javi Martínez y Scweinsteiger, presionó bien arriba y encontró sus oportunidades. Lewandowski tuvo la más clara a los 16 minutos del primer tiempo.

Después lo tuvo Reus, ya corrían 22 mintuos y el Dortmund iba e iba…

Muller, Lewandowski, protagonistas de la final
Muller, Lewandowski, protagonistas de la final

El Bayern le oponía su experiencia y la habilidad de Robben y Ribery por los costados. Pero le costaba progresar. Sin embargo, comenzó a tener sus chances. A los 30, Robben sólo perdió con el arquero. A los 36, un corner fue conectado por Muller, y su cabezazo, apenas desviado. En el Medio, Neuer se lo tapó a Lewandowski, tras un gran pase de Reus.

No era un partido brillante, pero si contaba con situaciones. Y la más clara fue sobre el final del primer tiempo: Weidenfeller le tapó ¡con la cara! el remate de emboquillada que intentó el holandés Robben. 0 a 0, a barajar y dar de nuevo.

Con la misma intensidad arrancó la segunda parte. A los 59, una buena combinación entre Ribery y Robben, el centor de este, y Mandzukic, solo, convirtió. Un gol que hizo estallar a la mitad del estadio. 1 a 0 para Bayern, que empezó a manejar el partido.

Pero las emociones no se detendrían: llegamos al minuto 68, entra Reus al área y Dante, torpe, le propina un puntapie en la panza. Pierna bien arriba y penalazo, que Gündogan convierte para sellar el 1 a 1. Y otra vez, volver a empezar.

Un ataque por allí, un centro por acá…todos los caminos parecían conducir al alargue. Ya estábamos. Faltaban menos de dos minutos; había comenzado ese ya célebre minuto 88, partió un pelotazo desde el fondo del Bayern, a dividir, más para poner la pelota en campo contrario que para generar una acción ofensiva. Sin embargo, dos hombres que traban, un rebote que la deja, por unos segundo, suspendida en el césped, a la espera de que alguien vaya por ella…

…Y aparece un holandés veloz, hábil y punzante, que no le dio tiempo a nadie, que trazó un dribbling impresionante y batió la valla adversaria, para gritar su desquite, para celebrar con quienes más quiere, sus seres cercanos y más lo apoyan, su familia. Para romper el equilibrio, para sacarse los fantasmas de encima, para pagar alguna deuda reclamada, para gozar esos instantes sublimes que sólo el fútbol puede deparar.

 

Hernán O’Donnell