Que el árbol no tape el bosque

Ahora, que pasaron varios días del final de la Copa América Chile 2015, que la tarde-noche triste y amarga de Santiago empieza a formar parte de los recuerdos de la historia deportiva de la selección. Ahora, que las voces comienzan a bajarse, que la serenidad le gana a la espontaneidad, que todos estamos un poco más fríos y tranquilos, vale la pena hacer un análisis de lo que ocurrió con el seleccionado, porqué se perdió la final y que debemos pensar, hacer y trabajar para el futuro.

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La Argentina hizo una buena Copa América. Quizás no haya llegado al nivel de “muy buena”, pero sí se jugó bien, hizo buenos partidos, obtuvo resultados y, excepto en la final, fue siempre superior a los rivales.

El primer tiempo del primer partido ante Paraguay fue de gran nivel. El equipo se mostró lúcido, veloz, agresivo. Leo Messi se movió por todo el frente de ataque, generó juego, desbordó, lució muy compenetrado con el partido y con el equipo. Un bajón en el segundo tiempo le permitió a un equipo con más oficio que volumen de juego llegar a la igualdad. No era del todo justa, pero en fútbol los merecimientos no cuentan. No existe un fallo de un jurado como en el boxeo. Se gana con goles. El equipo de Martino desperdició unos cuantos en el primer tiempo y luego se lamentó. Mucho se habló de los cambios, sobre todo del ingreso de dos delanteros (Tévez e Higuaín) por un volante y un atacante. La salida de Pastore desequilibró la mitad de la cancha, pero al márgen de esa discusión, la Argentina no supo rematar el partido.

El clásico con Uruguay fue eso: un clásico. Trabado, friccionado, luchado. Uruguay, como casi todos, salió a esperar a la Argentina y a tratar de lastimar de contraataque. El excelente centro de Pablo Zabaleta y el perfecto cabezazo de Agüero liquidaron el pleito.

Contra Jamaica no se jugó bien. Se ganó por la experiencia, el oficio, y el peso de los nombres y de la camiseta. El gol de Gonzalo Higuaín trajo una tranquilidad muy cercana al relajamiento. Argentina se durmió con el correr de los minutos y no pasó sobresaltos ante un rival de menor jerarquía que estaba más preocupado por autorretratarse en fotografías con Leo Messi al finalizar el partido que en intentar la hazaña.

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Con Colombia se jugó el mejor primer tiempo del campeonato. La selección dominó a voluntad. Tuvo el monopolio de la pelota, atacó por derecha, centro e izquierda, presionó al rival, contó con unas cuantas posibilidades de gol, entre ellas la más clara fue la doble tapada del arquero Ospina ante el remate de Agüero y el cabezazo siguiente de Messi. Fue mucho más que su adversario y debió ponerse en ventaja en ese lapso. después Colombia creció, emparejó el desarrollo y con mucho esfuerzo, disciplina defensiva (Mejía persiguió a Messi toda la noche) y la actuación de Ospina, forzó los penales. Allí se impuso el equipo de Martino.

La semifinal ante Paraguay fue brillante. Un muy buen primer tiempo, un 2-1 parcial auspicioso y un segundo tiempo a todo trapo. Entonces dijimos que Messi jugó de Maradona. Armó juego, gambeteó, corrió por toda la cancha y asistió a sus compañeros para que todos y cada uno de ellos pudieran convertir. El 6 a 1 lapidario al equipo de Ramón Angel Díaz nos invitó a soñar. Sentimos, lo reconocemos ahora que pasó el tiempo y la suerte quedó sellada, que la Copa estaba muy cerca…

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El fútbol nos enseñó, una vez más, que nada está definido hasta que se juega. Que nada puede darse por terminado hasta que suena el silbato final. Que los partidos no se disputan en la oficina ni en la calle ni en las redacciones. Que se juega en la cancha. Que allí todo se dirime y nada está escrito de antemano. Que por eso es el deporte más hermoso del mundo. Que nadie es declarado ganador de antemano. Por eso nos gusta. Por eso nos apasiona tanto. Por eso despierta amores y odios y es el pan nuestro de cada día en latinoamérica, en Europa, en Africa, Norteamérica, Asia y todo el mundo. Por eso es la “religión” con mayor cantidad de fieles. Porque todo puede suceder. Hasta que un equipo que empezaba a “matar”, a liquidar a sus rivales, se pareciera a una sombra desdibujada, superada por un rival, Chile, que estaba lleno de nervios y de responsabilidad por ganar en su casa el primer título internacional, pero que supo tranquilizarse, aprovechar la localía y jugar con una determinación que emparejó las jerarquías individuales. Que supo ser agresivo para recuperar el balón y rodear a Messi para que no pueda recibir ni jugar cómodo. Un Chile que se jugó por su oportunidad. ¿La Argentina pudo ganar? Sí, la última jugada que armaron entre Messi, Lavezzi y Gonzalo Higuaín le pudo haber dado la victoria. pero también pudo perder 8 minutos antes, cuando Alexis Sánchez encontró un rebote sólo en el área y de media vuelta sacó un remate que tenía mucho olor a gol y se fue apenas desviado…

Los penales sonrieron a los locales como muchas otras veces nos sonrieron a nosotros. de esta final queda el sabor amargo que el equipo se desinfló en el momento cumbre. Que realizó una gran Copa América y se vio equilibrado y por momentos superados por un adversario que tiene buenos jugadores que corrieron y lucharon por el partido de su vida, y un gran entrenador que planteó muy bien el partido. Pero que no es más que la Argentina. Al contrario. Por eso la decepción de no haber aprovechado una oportunidad ante un rival al que se le puede ganar sin complicaciones. Pero que la tarde justa, el día indicado, la selección no apareció. El equipo no lo ayudó a Messi, no tuvo reacción anímica, no supo repetir actuaciones anteriores. Desde el banco no llegaron las respuestas para revertir lo que proponía el rival. Y se perdió cuando aún en una tarde -noche decepcionante hubo chances para ganar.

Una pena porque habrá que esperar al Mundial de la FIFA-Rusia 2018, o la Copa América Brasil 2019. Y renovaremos el optimismo y la fe; acompañaremos a la selección, como siempre lo hemos hecho, en la construcción de un nuevo ciclo, de un equipo que de estos destellos de excelencia mostrados haga un acto de compromiso. Y que todos sepamos que nada se gana hasta que suena el silbato en el partido final.

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Hernán O’Donnell