Otro domingo de sol y sin fútbol en el mundo…

Una tarde primaveral en la Argentina. Buenos Aires amaneció este domingo 19 de abril de 2020 con una temperatura ideal, un cielo diáfano, y casi sin viento. Una jornada de tantas que hemos vivido en el día más lindo de la semana, un color que nos remite a tantas y tantas tardes al calor del fútbol, de la pasión y su gente. pero la pelota no rueda, y la memoria nos remonta a aquellas tardes de la niñez, cuando el fútbol era la gran ilusión del domingo, cuando la tarea para el lunes en la escuela se postergaba unas horas y la tarde prometía una linda excusa para ser feliz.

Aquellos años ’70 y ’80, cuando los héroes jugaban en los grandes equipos y su estela duraba por años en la fidelidad a una camiseta. Cuando la gente iba a la cancha sin prisa y sin pausa, y se compartía la platea sin odios ni rencores; cuando las hinchadas competían por los cantos más ingeniosos y no por la cantidad de víctimas acumuladas. Cuando el ingreso a los estadios era ordenado por la natural conducta de los hinchas, cuando no había vallados ni desvío de calles. Ni siquiera se palpaba a la entrada; sólo había que mostrar el carnet o la entrada correspondiente, que se compraba en las ventanillas que rodeaban al estadio un rato antes de ingresar, ni bien se llegaba al predio. Cuando apenas algunos patrulleros podían, a los sumo, cortar el tráfico y circulación de vehículos unas cuadras antes de llegar a la cancha.

Cuando casi no se veían “trapitos” en la calle y no había patotas que arrebataban relojes; cuando el partido era el espectáculo central del que se debatía en la caminata a la cancha. Esos años en que la gente charlaba sobre lo que podía suceder en el partido con pasión pero sin agresiones, sin buscar un enemigo en quien pensara de otra manera.

Esas tardes a pleno sol donde los partidos comenzaban de manera religiosa a las 15.30 hs; cuando la Primera División se jugaba los domingos y el fútbol de ascenso tenía su jornada los sábados, de manera religiosa.

Aquellas tardes cuando se podía gritar un gol en condición de visitante, en una cancha lejana y no correr riesgo de ser linchado. Esos partidos donde se valoraba a los ajenos que jugaban bien.

Aquellas tardes donde los equipos eran recibidos con una enorme cantidad de papelitos lanzados al aire que simulaban una nieve repentina, serpentinas que caían como lazos desde lo alto de la popular, cantos de aliento y aplausos. También algunos petardos que le ponían estruendo a la aparición de los equipos por el tunel. El saludo clásico a la tribuna propia y el gesto de indiferencia a la reprobación del adversario.

Tardes que se iluminaban desde ese momento a puro color.

Era la época donde el partido se lo disfrutaba. Se sufría sólo en la final, en una instancia decisiva o en un partido que podía sentenciar el descenso de la categoría. Pero no se alcanzaba el rótulo de drama. No se rompía nada, no se alteraban las conductas más civilizadas, más allá de algunas expresiones exaltadas, o alguna reacción desmedida, pero no se enloquecía por una derrota.

Y la salida de la cancha, justo ahora que atardece y llegamos casi a las 17 hs de una tarde que invita a la nostalgia, era una ceremonia tranquila y rápida. Nadie debía esperar una hora a que se retirara el público visitante, no había una masiva cacería del rival, ni tampoco la enorme mayoría quería tener problemas. Se hablaba del partido mientras se bajaban los escalones de la tribuna o las escaleras que conducían a las plateas más altas, se alababa la calidad de algún futbolista o se criticaba la labor del árbitro. Se mezclaban hinchas de uno y otro equipo, y también neutrales, que eran muchos en aquellos partidos que prometían un buen espectáculo.

Y el pensamiento del chico ya entremezclaba la alegría de una merienda al llegar a la casa con las obligaciones de la tarea escolar para la semana que habría de iniciarse. El programa de TV favorito del atardecer del domingo con la repetición del partido principal a partir de las 21 hs, mientras se desarrollaba la cena familiar. Y el lunes al colegio, a hablar de los partidos en el recreo y comentar las hazañas de los héroes de aquella infancia, cuando las tardes cálidas de otoño se llenaban de fútbol, de alegría e ilusiones, que un domingo de abril sin fútbol en el mundo y con mucho sol en las calles vacías nos permiten recordar.


Hernán O’Donnell