Diego Armando Maradona, el mito viviente encanta al bosque de La Plata

Fue la tarde calurosa del 8 de Diciembre de 2019. Una multitud que se congregó en el estadio Zerrillo, como siempre, para acompañar al equipo y a la magia que se desprende del banco de suplentes; una constelación de periodistas, de todos los rincones del planeta, siempre pendientes de sus pasos. Curiosos y simpatizantes de otro equipo. Y el homenaje habitual del adversario de turno, esta vez Central Córdoba de Santiago del Estero.

Diego Armando Maradona tuvo otra tarde de gloria. Otra más. Una más en su larga leyenda de conquistas. Se hablaba mucho de su equipo y la imposibilidad de ganar de local. De los partidos acumulados y la negación de encender el Bosque. De no poder cantar victoria. Del choque permanente con una realidad preocupante y angustiosa que se conoce como los “promedios del descenso”. Una tarde de sol agobiante, el pueblo tripero volvió a convocarse para invocar a su Dios y orar para el milagro.

Banderas, bombos y cantos para el recibimiento. Y el partido que comenzó mal, con un adversario que llegaba con un equipo con pocos titulares, reservados para la final de la Copa Argentina ante River en Mendoza el próximo viernes 13, pero que sin embargo se las ingenió para apoderarse del balón, manejar el encuentro con el talento de Melivillo, y provocar llegadas a través de la potencia de Joao Rodríguez y el “Trencito” Valencia, mientras Galeano luchaba en el mediocampo.

Así llegó el gol de Rodríguez a los 12′, tras una buena maniobra colectiva y una exquisita definición. El Lobo arrancaba 0-1 cuando se jugaban los primeros instantes y todo parecía resumirse a una tarde típica de dos equipos que pelean la permanencia y se encuentran en una “final” por subsistir. Infracciones, roces, juego brusco y puntapiés al por mayor. En uno de esos cruces, Matías García chocó al defensor visitante Salomón y se llevó la peor parte; tal es así, que muy pronto debió abandonar el campo para permitir el ingreso de José Antonio Paradela, un duende que el “Dios” del fútbol tenía reservado en el banco de suplentes.

Gimnasia se fue preocupado al final del primer período. No había encontrado el juego, se chocaban entre sí, y no surgían oportunidades, salvo por algunas señales que el joven Paradela envió en los minutos finales: lucha, entrega, disputa vehemente del balón y cierta creatividad en ataque.

Central Córdoba se fue conforme. Había arriesgado poco y se llevaba un triunfo parcial que le permitía mirar con optimismo la gran final del viernes.

Reaccionó el local en el complemento. No sabemos si el mensaje de Diego fue la señal del camino. Pero resultó llamativo el cambio, en actitud, en juego y en la búsqueda del partido. Como si una fuerza externa emanara desde la silla de Diego, el equipo fue por todo. Y enseguida empató, tras haber elaborado varias situaciones. Iban 51′ cuando Tijanovich desbordó por la izquierda, lanzó un centro al corazón del área chica y Nicolás Contín igualó de cabeza. 1 a 1.

El ánimo cambió. Las caras largas y la sensación de frustración trocó por una sonrisa de alegría y optimismo. Y no se conformó, fue por más, en el intento de saciar esa sequía que dominaba al corazón del Bosque de La Plata.

Ya no había piernas en los santiagueños, y Gimnasia se contagiaba del carisma de su DT. El Estadio empujaba y el ruego al cielo parecía tener respuesta en ese arranque de Paradela por izquierda, el desborde luego de una veloz corrida, el arrebato hacia adentro, el centro rasante y Contín que vuelve a derrotar a Cavallotti, para revertir el resultado y dejarlo 2 a 1 cuando iban 75′ de juego.

Ahí estaba el equipo de Maradona. Daba vuelta el marcador y acariciaba el éxito tan esquivo. Después fue cuestión de correr, luchar, jugar y pensar. Atacar un poco, para ver si aumentaba el marcador o por lo menos para mantener lejos los fantasmas del empate, que Central proponía en su despertar tardío en el partido.

El final fue el racimo apretado, unido, victorioso. El equipo de Diego había alcanzado una estrella más de las que le gustan alzar a su entrenador.

Con el caer de la tarde, el alivio llegó a la mitad de la ciudad que vive y sufre por los colores azul y blanco. No había podido ganar de local a lo largo de todo el campeonato con Diego en el banco. Pero el hombre está hecho de milagros, grandes y pequeños, y no iba a dejar más tiempo sin lavar esa posibilidad.

Gritó los goles desaforado, levantó los brazos al cielo, saludó a los hinchas más cercanos al banco y cuando estaba por llegar al túnel para despedirse del partido, se arrodilló y agradeció, ante el alarido de los fieles que sienten devoción por él, más allá de cualquier resultado. Diego Armando Maradona había alcanzado, una vez más, a torcer una historia descarriada, una calurosa tarde de Diciembre de 2019.


Hernán O’Donnell