Juventus consiguió un punto por el código penal

La primera parte fue atractiva, dinámica, vistosa. Dos equipos que salieron a jugar, con el pensamiento en el arco de enfrente y voluntad de ir a buscar el resultado.

Atalanta tuvo un arranque a toda orquesta. Con la conducción de Alejandro Gómez, el equipo de Bérgamo se hizo de la pelota, tuvo mucha dinámica y encontró todos los caminos para llegar a Szczesny. Y muy pronto tuvo su recompensa, porque a los 16′ el “Papu” Gómez hizo un buena maniobra, habilitó a Duván Zapata, y el colombiano definió fuerte cuando entraba al área. 0-1 y resultado que se justificaba.

El tanto ponía justicia en el marcador. Atalanta se hamacaba a gusto en Turín, con un equipo que tiene muy claro lo que quiere y lo que busca. Toque rápido, desmarques y búsqueda permanente del arco contrario. Mucho ritmo y dinámica. La “Juve” parecía cansada, como si la seguidilla de partidos le hubiera pasado factura. El equipo no tenía la frescura que había mostrado en los partidos iniciales de la reanudación. Solo Dybala mantenía el calor del juego. Bernardeschi tropezaba, Rabiot lucía incómodo, Matuidí discontinuo y Cristiano sin entrar en el circuito. El primer tiempo se fue entre lamentos, en tanto la visita derrochaba optimismo.

En el segundo tiempo el encuentro alzó el volumen. Se despertó el local, empujó hacia el arco de Pierluigi Gollini, y encontró la chance en una mano de De Roon que no nos apreció plausible de ser sancionada. Sin embargo, el árbitro entendió que era falta y el penal lo convirtió Cristian Ronaldo a los 54′ para poner el 1 a 1.

Luego, las ventanas de los cambios, que a veces refrescan y a veces desnaturalizan el juego. Primero a los 56′, el local movió la escuadra: Alex Sandro entró por Danilo y Douglas Costa reemplazó a Bernardeschi. Después lo hizo la visita; M. Pasalic ingresó por Ilicic.

El partido era entretenido, con un equilibrio más sostenido que lo que habíamos visto en el primer tiempo, donde el visitante nos había dejado una mejor impresión. La segunda ventana de cambios fue importante, porque incidiría en el desarrollo posterior. Iban 67′ cuando L. Muriel entró por Duván Zapata y R. Malinovskiy por Alejandro Gomez en Atalanta y Gonzalo Higuaín por Paulo Dybala en el local.

Las emociones iban a llegar con las variantes. Atalanta no renunciaba a su estilo, en tanto la “Vecchia Signora” exponía su jerarquía y el peso de la camiseta, en tanto le costaba más elaborar juego.

Llegaron los dos últimos cambios en la visita: A. Tameze por R. Freuler y M. Caldara por José Luis Palomino, a los 74′ de juego.

Y, lo dicho, la emoción que le agregaron los nuevos protagonistas. Muriel entró muy bien en juego, se asoció con criterio y las proyecciones de Hateboer le dieron a Atalanta un impulso que se concretó cuando Ruslan Malinovsky definió una jugada colectiva con tremendo remate de afuera a los 80′ y marcó el 1-2.

El resultado le ponía color al campeonato. Y Atalanta lo sostenía con mucha hidalguía. Incluso el ucraniano armó una jugada bárbara a los 84′ y su remate se fue apenas afuera. Hubiera sido la definición del partido.

Pero llegó otra polémica con el cierre del partido cuando Higuaín controló un balón, intentó un pase y el balón dio en la mano de Muriel. Quizás involuntaria, pero más clara que la anterior y plausible de ser sancionada. Iban 89′ cuando Cristiano Ronaldo volvió a hacerse cargo del disparo y lo ejecutó tal como había hecho el primero, fuerte y seco, al ángulo bajo derecho del arquero visitante.

Juventus llegaba al 2 a 2 por el código penal. El primero, difícil de sancionar, el segundo, con poco para discutir.

Así se cerró el encuentro en tanto el local se aferró al punto que lo mantiene a una buena distancia de sus perseguidores. Para Atalanta fue una frustración, porque en el cierre se le escaparon dos unidades que hubieran significado llegar al segundo lugar de la tabla. Pero dejó una imagen grande y valiosa de cara al futuro. Juventus acaricia la gloria, aún cuando el tanque de nafta empieza a dar señales de agotamiento, tras la caída ante Milan y este empate agónico.


Hernán O’Donnell